viernes, 19 de octubre de 2012


Disputadas memorias de la identidad (pan)hispana





“- Su maestro de historia, el Sr. Cushman, le enseña a tu hijo que si Colón viviera ahora lo juzgarían por crímenes contra la humanidad, como a Milosevic en Europa.

- ¿Eso dijo tu maestro?

- No sólo lo dijo mi maestro, es la verdad. Está en mi libro de historia.

- Por fin lees un libro y es basura. Debiste estar en los zapatos de Colón para saber lo que pasó. ¡La gente creía que el mundo era plano, por Dios! Luego él llegó a una isla con salvajes desnudos. Eso tiene mucho coraje. ¿Recuerdas el calor y los bichos cuando fuimos a Florida?

- ¿Acaso hace falta coraje para matar gente y encadenarla?

- Fue una víctima de su tiempo.

- ¿Y qué? Es lo que hizo.

- Lo que hizo fue descubrir América. Fue un gran explorador italiano. Y en esta casa, Cristóbal Colón es un héroe. Punto final.”

(Los Soprano, temporada 4 episodio 3: Christopher)


Si Georges Brassens prefería quedarse en la cama durante el 14 de julio (recomendable la versión al castellano de Paco Ibáñez), peores sentimientos le debía de suscitar el Día de la Raza, aún ahora con piel de cordero. Este año el Gobierno optó por prescindir del chocolate del loro y redujo el gasto para el desfile militar del 12 de octubre. Pero no solamente el abusivo gasto militar (maquillado a través de los presupuestos de otros ministerios) debe ser cuestionado. Para inculcar valores democráticos al ejército nunca sobra dinero y otros estados con una historia similar a la española lo saben bien. Sin embargo, la arrogancia colonial aún pervive en la sociedad española e impide aprender de otros pueblos vinculados al de España -o, mejor dicho, a los de España- por un pasado imperial más o menos reciente. El problema no es que no se hable de los crímenes del colonialismo, ya que hay abundante literatura y libros como Las venas abiertas de América Latina son sobradamente conocidos. El problema radica en que la crítica al colonialismo no forme parte del discurso, igual que en Alemania, Portugal y Argentina el repudio del pasado dictatorial está asumido. Pero no es menos cierto que tampoco en esos países existe la debida crítica al colonialismo, y hasta en América Latina el 12 de octubre es conmemorado, mientras que para muchos subalternos a ambas orillas del Atlántico no hay nada que celebrar. Total, que no tiene nada de sorprendente que este año España no haya conmemorado el Día Internacional contra las Esclavitud, cuya fecha fijó la UNESCO en el aniversario de la Revolución Haitiana, como tampoco rinde homenaje alguno a la insurrección de Tupac Amaru, Tupac Katari y Bartolina Sisa. Para las élites españolas América Latina solamente es interesante en la medida en que les regalen sus recursos naturales y su mano de obra. Cualquier acercamiento a las viejas colonias, por inocente que parezca, oculta esa pretensión.

Ahora bien, el marco de pensamiento que constriñe a los habitantes de España no atañe solamente a la memoria colonial. La conquista de América coincidió en la misma época con otros hechos históricos. Dos de ellos sucedieron también en 1492: la conquista del reino de Granada y la expulsión de los judíos. Cervantes no habría escrito muchas de sus obras (El retablo de las maravillas, por ejemplo) sin la obsesión con la limpieza de sangre tan típica de aquellos tiempos, como tampoco el Quevedo de A una nariz, aunque por razones opuestas. La aversión hacia el judío perduró hasta tiempos recientes, por lo que existe el tópico de que la actual sociedad española es antijudía -incorrectamente llamada "antisemita". Pero el odio antijudío es residual y el racismo de las élites españolas, en sintonía con las de otros estados europeos, abraza la narrativa sionista: el colonialismo israelí en Palestina es tan legítimo como lo fue el de España y otros estados de la Europa occidental. Comparativamente, el odio al moro, prototipo del musulmán en España -no olvidemos que para otros europeos ése es el turco-, ha sido más sólido. Los moriscos nunca fueron lo bastante españoles, fueron acusados de ejercer de quinta columna de los berberiscos y el Imperio Otomano y del protestantismo y acabaron siendo expulsados, y aún hoy hay quienes son incapaces de hacer autocrítica. En el fondo no hay diferencia entre aquellos moriscos y los actuales europeos de ascendencia migrante y musulmana (marroquíes, senegaleses, turcos, pakistaníes, etc.), que nunca estarán lo bastante integrados para el gusto de las actuales élites racistas. Ello no es óbice para que en América Latina sean conscientes de impronta árabe de la cultura española y hasta de una impronta árabe de cuño reciente.

Mucho menos comentada es la expulsión a los gitanos, en 1499. Además del afán de constituir una sociedad étnicamente homogénea, había otra razón que también remite a uno de los pilares de la Modernidad: la subordinación de derechos civiles a la contribución a la acumulación capitalista. Quienes no son propietarios deben ponerse a su servicio a cambio de tales derechos, de modo que un pueblo nómada -es decir, cualquier colectivo autogestionado- supone un desafío al sistema.
El contexto general europeo tampoco era favorable, y ni siquiera ahora que en las últimas décadas la gran mayoría de los gitanos se han sedentarizado su posición social ha mejorado. El Porajmos, Ni siquiera en un hecho histórico reciente como la Guerra Civil es analizado su papel, por pequeño que haya sido. Por otra parte, el odio a los gitanos autóctonos se combina con el odio a los gitanos de la Europa Oriental, que emigran a la Occidental con la vana esperanza de no ser perseguidos y vivir mejor.

La exclusión a los judíos, los moros y los gitanos fue esencial en la producción de cierta idea de España que pervive desde los tiempos de los Reyes Católicos. Pero aún podemos, y debemos, dar otra vuelta de tuerca. Por si una identidad basada en la exclusión de judíos, moros y gitanos no fuese lo bastante indeseable, conviene recordar que antes que el viaje de Colón tuvo como escala las islas Canarias. Podemos decir que aquellas islas, llamadas Afortunadas en un involuntario ejercicio de ironía, fueron un pequeño ensayo del expolio y el exterminio en las Américas. Como cualquier otra colonia, aquel archipiélago tuvo una economía de monocultivos de exportación, ya fuese caña de azúcar, vid o plátano, así como ahora vive del turismo masificado. Además fue punto importante del tráfico de esclavos y hasta de hechos más recientes y no menos sombríos. Muchos canarios contribuyeron tanto a la colonización en América como al éxodo de los siglos XIX y XX, ya fuese por buscar empleo o por huir de la represión. Su presencia es rastreable en las variantes diatópicas del castellano –especialmente las de regiones caribeñas-, en la música –uno de los instrumentos más populares de Perú es el charango- y otros aspectos culturales que aún no están muy estudiados. Sin embargo, sus élites, sean españolistas o nacionalistas, tienden a imitar lo peor de la metropoli, y además del modelo económico ladrillero convierten en chivos expiatorios en los inmigrantes. En la política canaria aún no hay hegemonía de un "éticamente reprobable" independentismo.

Hay otros muchos aspectos a estudiar de la construcción nacional de España. Por ejemplo, la cuestión iberista, que debe señalar las semejanzas con Portugal, país que tampoco ha tratado bien ni a judíos, moros y gitanos ni a los pueblos colonizados- y las diferencias -la superación del pasado dictatorial. Habría que hablar de Filipinas, gran olvidado en la historia del colonialismo español -bueno, miento, peor lo tienen PalaosCarolinas y Marianas. Así como Canarias era escala obligada en el comercio entre Europa, África y América, aquel archipiélago permitió a España acceder con China y otros mercados asiáticos, y la presencia de una notoria población musulmana permitió recrear el pasado de la Reconquista -'moro' es el término habitual para designar a los musulmanes de Mindanao. Y a pesar de ser reciente (o precisamente por ello), apenas es analizado el colonialismo en África. No solamente hay que conocer la ideología racista que legitimó la presencia española en Guinea Ecuatorial, sino también cómo este territorio fue un curioso experimento de cara a la Transición española. Y también debemos hablar de la irresuelta cuestión saharaui, que hermana a España con Marruecos igual que con Israel. De hecho, Marruecos merece mención especial, pues, como decía Manuel Azaña, ha tenido más peso en la historia de España que al revés. Y es que en aquel territorio periférico se curtieron Franco y Pétain, primero gaseando juntos a los rebeldes rifeños y la población civil y después gobernando con mano dura sus respectivos estados.

Por otra parte,
conviene recordar que Michel Foucault formuló en su ponencia Hay que defender la sociedad una definición no racial del racismo. Para el filósofo francés el racismo no era cuestión de "razas" ni de "prejuicios" hacia determinados caracteres raciales, sino de retorno del poder soberano allí donde éste parecía extinto. En nombre de la vida el soberano designa a los individuos peligrosos, los aparta de los "normales" y los mata o los encarcela y tortura. Esta nueva noción de racismo es constatable en la figura del "terrorista", que permite recrear cuerpos extraños a la esencia nacional y por lo tanto convierte a los sujetos no españoles, o al menos no lo suficientemente españoles, en enemigos a los que el soberano no debe reconocer ningún derecho ciudadano. Para Franco y sus secuaces los “rojos” eran “moros del Norte”, y había que aplicarles el debido tratamiento de choque. "El hitlerismo consiste en la aplicación por Alemania al continente europeo, y en general a los países de raza blanca, los métodos de la conquista y de la dominación coloniales", dijo Simone Weil. Por las mismas, podríamos decir que el franquismo era el nazismo en un solo país –por cierto, Stalin, que acuñó aquello del “socialismo en un solo país”, también se había especializado en masacrar y deportar cuantas poblaciones calculó conveniente. A nada que rasquemos, comprobaremos que la lógica de los Reyes Católicos pervive aún entre nosotros.

Comparado con el racismo hacia los moros, los judíos, los gitanos, los amerindios, los negros, etc. el racismo hacia pueblos de la Península, basado fundamentalmente en la llamada "lengua común", es más reciente pero no menos virulento. La ruptura con los pasados franquista, racista y colonial -distinción que, como hemos visto, es más retórica que real- exige la instauración de una república federal, porque, como dice Miguel Herrero de Miñón (que no es precisamente un libertario) "la España grande sólo puede serlo desde la libre adhesión de los pueblos que la integran. EEUU tiene un lema, E pluribus unum, con el que reivindica su organización federal –aunque no sobra recordar que ésta no llegó a Arizona hasta hace un siglo, a Alaska y Hawai algo más tarde y ni está ni se le espera en Puerto Rico. Pero en EEUU ese lema es también una reivindicación de la diversidad étnica del país. Dado el peso de la población migrante en España, la ruptura exige también la inclusión de estos nuevos ciudadanos en igualdad con los "nativos". Y el Estado-nación es un marco imposible para tamaño proyecto. Por eso, ante comicios como los del País Vasco, Galicia y Cataluña, es de agradecer la presencia de partidarios de soluciones internacionalistas.
En estos momentos España no es un estado muy distinto de Yugoslavia. Antes que por una cruenta guerra civil el multiétnico estado balcánico pasó por una crisis financiera debida a sus lazos económicos con la Europa occidental en 1973. Intentó salir de la misma pidiendo préstamos al FMI, y a cambio desmanteló su tejido industrial, su sanidad pública… Pero el conflicto entre los pueblos de Yugoslavia no estaba lo bastante enconado para llevar a la guerra, sino que fue alimentado desde fuera. De momento tenemos algunas voces llamando a las armas contra el "enemigo interior", y aunque sean minoritarias y ajenas a los órganos de poder es razonable preguntarse hasta qué punto son representativas del estamento militar y otras élites (volvamos a la comparación con Argentina, que intenta reeducar al ejército en valores democráticos). Pero no olvidemos que hasta los nacionalismos más antagónicos se entienden muy bien cuando hay enemigos comunes. Ante una guerra civil entre los nacionalismos de España, yo no lo dudo: el principal objetivo del genocidio serán los moros, los gitanos, los sudacas, las putas, las bolleras, los rojos… Como siempre. No pretendo ser agorero, sino estar preparado para lo peor, como el tío Ho. Una buena vacuna contra esa terrible posibilidad y otras no más atractivas sería escribir una historia popular –es decir, contada por los de abajo- de España: Estados Unidos ya tiene la suya.

jueves, 11 de octubre de 2012

Subersitario

 
La etimología de 'universidad' viene de UNI, uno, único y VERSUS, dirección, y UNIVERSITAS MAGISTRORUM ET SCHOLARIUM significa "comunidad de maestros y alumnos". Por otra parte existe la palabra 'subversivo', cuya etimología podéis inferir: "lo que está por debajo de la dirección". Con todas las connotaciones negativas que han querido darle. Decidí inventar una palabra para mi proyecto vital: 'subersitario'. Porque no quiero ir en la única dirección que me sea impuesta, porque la afirmación de la vida en su plenitud es un valor oculto por la llamada realidad. Por eso el camino que debo tomar es bajo la superficie.

La ortografía de 'subersitario' sería un pequeño ejemplo de coherencia. ¿Por qué escribir dos veces un sonido que por economía lingüística pronunciaremos antes o después una sola vez? Y, ¿por qué con dos grafías diferentes? Puestos a inventar nuevas palabras con [b], usemos la b. Al menos es mi opinión, y si algo quiero hacer gracias a esta bitácora es intercambiar opiniones. Ello que salgo ganando. En todo caso, la ortografía no es ni la única ni la principal cualidad del lenguaje. Ni siquiera la utilidad comunicativa es la única ni la principal cualidad del lenguaje.